viernes, 8 de octubre de 2010

Felicidades

Ayer fue tu Santo.
En el convento de Padres Dominicos, comenzó el triduo en tu nombre. Debería estar alegre porque era tu fiesta y se acerca el día en que los jerezanos te vean con tus ropajes de gala, vean ese maravilloso manto de la batalla de Lepanto, cuando por vez primera te nombraron como Reina de la Victoria y Sra del Rosario. Sin embargo, no es así como me siento.
Mi corazón está triste, mi vida cotidiana se ve mermada, porque ayer no realicé la llamada que año tras año hacia para decirte: "Felicidades". La llamada de ayer se convirtió en oración y trabajo costalero, ese que a ti no te gustaba que hiciese.
Ayer volví a ser Costalero en San Miguel, de un crucificado, el cual me quita la sed que me provoca el saber que ya no estas con nosotros.
Solamente espero que allá donde estés, que seguramente sea al lado del Santo Crucifijo de la Salud, y tu Virgen querida de la Merced, cuides de nosotros para que todo nos vaya bien mientras no gocemos de nuevo de ti.
Sólo me queda decirte, Felicidades abuela.

jueves, 7 de octubre de 2010

Boicot a la Radio

En aquel momento, aquel día, un Jueves Santo por la tarde, después de que se finalizara la tarea de descolgar del altar de las insignias los diferentes emblemas de la hermandad, un miembro de los autodenominados comandos juveniles de EL SILENCIO sevillano, cortó los cables de la radio. Durante todo el día, los técnicos de la emisora radiofonica sevillana que, con su manera de ver y contar la Semana Santa marcó época, estilo y creó escuela, se habían demorado en montar cables y conexiones en el atrio de San Antonio Abad para retransmitir de madrugada, por vez primera en la historia, el íntimo e inaccesible acto del fervorín a los hermanos. La hermadad, dirigida por entonces por Antonio Martíni Macías, accedió de palabra a la retransmisión, pese a la oposición silenciosa pero insobornable de un grupo de hermanos partidarios de mantenerse fieles al as claves internas. El chico, el hermano, aprovechando el traslado de insignias al patio, donde forman las filas de los nazarenos, cortó los cables de la raio. La enmudeció.
Casi veinte años después he podido conocer a un miembro de aquel comando juvenil. No quiere revelar ni su nombre ni el de los que con él intervinieron, de manera más o menos directa, en la preparación del sabotaje radiofónico. Concluye, al tiempo transcurrido, que hoy hubiera hecho lo mismo. Porque el espíritu de la hermandad no es otro que el de vivir hacia dentro y salir a Sevilla en plena Madrugada sólo para ir a la Catedral y rendir culto al Santísimo Sacramento. No fue ninguna golfada. Ni tampoco un acto de rebeldía juvenil en escenario poco adecuado. Fue para aquellos chicos de finales de los ochenta, hermanos militantes del espíritu de la Madre y Maestra, un acto de coherencia con lo que habían vivido y aprendido en el seno de la hermandad. No cabía en sus imaginarios que un acto tan íntimo, cerrado, espiritual como el fervorín pudiera ser retransmitido radiofónicamente por muy fuerte que fuera el llamador de las influencias que manejara, legítimamente, aquella radio para conseguirlo. Se cortó el cableado para la retransmision y esta no pudo realizarse. Pese al enojo y contrariedad de la junta de Gobierno.
El Silencio jamás encontró al comando de negro ruán. Lo intentó pero no lo consiguió. El suceso fue muy comentado en la ciudad, sobre todo en los ambientes capiroteros y periodísticos. Pero nunca se pudo construir un escenario fiable de lo que pudo pasar y de las razones por las que pasó. Los hermanos de aquel comando juvenil continuaron asistiendo a los actos de la hermandad sin despertar sospecha de ningún tipo y guiándose con una discreción propia de la lógica masónica. Ni una palabra se fue de la boca. Ningún vaso largo de noche corta desató lengua alguna. No hubo fanfarronada de capillitas en la tertulia de turno donde nadie dijera nada para colgarse una medalla falsa. Silencio. Eran del EL SILENCIO y sabían bien lo que es estar en silencio. Y hasta hoy donde cuento esta historia porque casualmente, di con uno de aquellos jóvenes, hoy cuarentones con trucos en el esparto para hacerle sitio a los años, que formó parte del comando que saboteó a la radio en el atrio de San Antonio Abad. No es que el tipo se sienta especialmente orgullosos de haber cortado los cables. Pero no puede disimular una irreprimible satisfacción personal cuando se sabe miembro de un grupo juvenil que se mantuvo fiel a las reglas no escritas de un acto íntimo, de puertas cerradas y solo para hermanos: el fervorín.

J. Feliz Machuca para Pasión en Sevilla.