lunes, 23 de febrero de 2009

Los Nazarenos son Hombres y Mujeres.

Hoy les traemos un relato de Lorenzo Calderon, extraido del blog agendalauretana.

El día que Manolito Jiménez descubrió que los nazarenos eran hombres y mujeres y que debajo de las túnicas se ocultaban profesores, administrativos, albañiles y hasta empleados del tanatorio se llevó la primera gran desilusión de su vida. Sí, la primera, porque lo de los Reyes Magos estaba cantado desde hacía ya algún tiempo.Creía Manolito en su infantil imaginación que los nazarenos eran seres de otros planetas que cada año, avisados por el perfume del azahar de los naranjos y del incienso de las iglesias, aterrizaban sus naves en la roja pista que instalaban en la calle Larga y, armados de cruces y banderas, al son de trompetas y tambores unas veces y en el más riguroso silencio otras, se apoderaban de las imágenes del Señor y de la Virgen que todo el año descansaban en la penumbra de los templos y las sacaban triunfantes a la calle para que pudieran contemplarlas toda la ciudad.Un año más, una Semana Santa más, Manolito asistía entusiasmado al rito en el que cónicos extraterrestres se adueñaban de Jerez ante la complacencia y la complicidad de todos los ciudadanos.Llegó el Viernes Santo. Con sus padres estuvo disfrutando de las Cofradías toda la tarde hasta que, ya avanzada la noche, se apostaron en una estrecha calle cercana a la Catedral. Cinco altivos nazarenos precedían a una cruz de madera y plata que servía de guía a un silencioso y compacto cortejo de aspecto frailuno, que de manera ordenada fue avanzando cadenciosamente. Pasados unos instantes, se detuvieron descansando los ardientes cirios en el suelo. De pronto, uno de aquellos seres pareció tambalearse. Un nazareno que caminaba por el centro de las estrechas filas y que llevaba colgando de su brazo izquierdo algo que parecía un simple canasto de mimbre pintado de negro pero que seguramente sería algún tipo de arma o dispositivo galáctico se acercó preguntándole en voz muy baja “¿se encuentra bien?” a lo que el otro respondió “no,.... me duele la cabeza”. Se sorprendió Manolito de que los alienígenas hablaran su mismo idioma y no aquellos extraños sonidos que emitían en las películas. Desapareció aquel nazareno volviendo al poco tiempo con una botella de agua que ofreció al que parecía indispuesto, ayudándole a levantarse el antifaz lo justo para que bebiera. ¡Qué sorpresa cuando vio aparecer por debajo de la tela el acalorado rostro de una muchacha que bebió un corto sorbo¡. El otro nazareno le preguntó casi en un susurro “¿a que ya te has puesto mejor? ¿puedes continuar?” a lo que asintió con la cabeza. Se derrumbó en ese instante su infantil ilusión de que los nazarenos eran seres de otros planetas que al olor de la primavera bajaban a la Tierra.La Cofradía retomó su camino. Aquellos penitentes, que instantes antes creía procedentes de lejanos mundos, levantaron sus cirios y con la misma silenciosa sencillez con la que habían llegado se fueron marchando pausadamente, mientras Manolito bajaba la cabeza decepcionado, desilusionado, triste...De pronto, unas amortiguadas voces, enérgicas y cariñosas a un tiempo, le sacaron de sus pensamientos: “venga la izquierda alante ... más la izquierda alante ... bueno ... venga de frente”.Levantó la mirada y, entre la fina lluvia de cera que caía de los altos cirios del último tramo, entre nubes de incienso y el rítmico rachear de alpargatas, pudo admirar la más bella representación de la Madre de Dios que había visto hasta entonces. Y de la mano de sus padres aprendió, ya para siempre, que la Soledad puede convertirse en Esperanza, el sacrificio en regalo, la muerte de Uno en Vida para todos...Y así, cuando llegó el paso, sobre el que se representaba la Soledad de Nuestra Señora en el Monte Calvario, Manolito Jiménez se prometió a sí mismo creer siempre en lo fabuloso.

Lorenzo Calderón.
Cuaresma de 2008

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